REFLEXIONES DE LA PALABRA (CCCXXXIX). Domingo de Pentecostés
Para captar el
sentido de la liturgia de esta fiesta de Pentecostés, un buen camino será el de
recordar el sentido bíblico de esta fiesta, pues en nuestra tradición
judeo-cristiana, desde tiempos ha, aparece el aliento del Dios vivo, entendido
como el Espíritu de Dios por su fuerza creadora, impulsiva y vivificadora.
Si nos metemos en
el mundo judío, veremos que si en la Pascua de Israel se celebraba el que Dios
los había liberado de la esclavitud de los egipcios, en Pentecostés, que
significa “a los cincuenta días”, celebraban que el Señor, en el monte Sinaí,
les había dado la Ley, la cual les hizo pasar a ser el Pueblo de Dios. De este
modo, en el Sinaí, con el sacrificio que selló aquella Alianza, el pueblo de Israel rindió culto a Dios, que le
había liberado de la opresión de la esclavitud.
Pues bien, cuando
Jesús eligió el día de Pentecostés para que los discípulos, que estaban
realmente atemorizados, recibieran el Espíritu Santo, quiso significar que
quedaba completado el camino de la Alianza Nueva y Eterna que Él había abierto
con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección. Y es que aquel grupo de
discípulos que, como vemos en la primera lectura, estaban reunidos en oración
con María, la Madre de Jesús, comenzó a ser el Pueblo de la Nueva Alianza, es
decir, la Iglesia, y comenzó a extender, a partir de ese día, el Evangelio por
todo el mundo.
Así pues, la fiesta
de Pentecostés, con sus lecturas y sus simbolismos sugestivos y evocadores, nos
habla del Espíritu de Dios que hemos recibido en el Bautismo y que nos habita y
nos infunde un dinamismo de afecto y de servicio, y de cómo hoy celebramos
nuestra Alianza con Dios, al formar parte de la comunidad de la Iglesia,
constituida y guiada desde el primer momento por la acción del Espíritu Santo,
pues desde ese primer momento, Él nos acompaña en el camino de la vida y nos
conduce a la verdad plena.
Vamos a pedirle a
la Virgen María, que nos dejemos llenar, como Ella, por el Espíritu y
escuchemos la palabra de Dios, para que así, el Espíritu del Señor resucitado
nos guíe y sea nuestra fuerza para que podamos ser auténticos testigos del
evangelio.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero
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